Pictura Subastas presenta esta magnífica obra de arte perteneciente a Antonio Segrelles, que representa la serena inmovilidad de un puerto envuelto en niebla, donde los barcos reposan entre reflejos y estructuras industriales, evocando una contemplación pausada del tiempo y del espacio cotidiano. La pintura destaca por su excelente técnica y la gran calidad pictórica que transmite. · Dimensiones con marco: 54x62x6 cm. · Dimensiones de la obra: 31,5x39 cm. · Óleo sobre tela firmado a mano por el artista en la parte inferior derecha. · La pieza se encuentra en buen estado de conservación. La obra procede de una exclusiva colección privada en Girona. Nota importante: las fotografías incluidas forman parte integral de la descripción del lote. El cuadro será embalado de manera profesional por un experto de IVEX (https://www.instagram.com/ivex.online/), utilizando materiales de alta calidad para garantizar su protección. El precio del envío cubre tanto el coste del embalaje profesional como el propio transporte. El envío se realizará por Correos, GLS o NACEX con seguimiento. Envíos disponibles a nivel internacional. ------------------------------------------------------------------ Este cuadro representa una escena portuaria de atmósfera densa y matizada, donde dos barcos de madera, anclados en primer plano, flotan serenamente sobre unas aguas quietas que reflejan, de forma sutil, los tonos grisáceos y ocres del entorno industrial que los rodea. La composición está dominada por una paleta contenida, casi monocromática, que enfatiza la bruma suspendida en el aire y da lugar a una atmósfera en la que se difuminan los límites entre el cielo y el mar. La escena parece capturar un instante inmóvil en medio de la actividad incesante del puerto, como si el tiempo se hubiera detenido para permitirnos contemplar su calma interior. Los dos barcos en primer plano muestran detalles rústicos y envejecidos, con cuerdas colgando, mástiles erguidos y aparejos que se cruzan formando una red visual que enfatiza la quietud del momento. Los reflejos en el agua no son nítidos, sino rotos y distorsionados por el leve movimiento del mar, lo que aporta un sentido de naturalidad a la escena. Detrás de estos barcos se extiende un paisaje industrial poblado de grúas, mástiles y estructuras metálicas que emergen del fondo como esqueletos de acero que delinean el perfil del puerto. Todo parece inmerso en una niebla espesa que atenúa las formas y las envuelve en un halo de melancolía y serenidad. El cielo, cubierto por una bruma lechosa, se funde con el horizonte sin líneas definidas, como si el mundo se diluyera en tonalidades suaves y frías. La luz es tenue, tamizada por esa neblina que suaviza los contrastes y confiere a todo el cuadro una cualidad etérea, casi onírica. No hay personas visibles, lo cual enfatiza el carácter contemplativo y silencioso del paisaje. Los elementos humanos, representados por las construcciones portuarias, grúas y barcos, aparecen casi como monumentos estáticos de una actividad pausada, vestigios de una rutina diaria que aquí se transforma en poesía visual. Los detalles técnicos del fondo, aunque difusos, sugieren la presencia de una ciudad portuaria activa. Sin embargo, la forma en que están tratados –con pinceladas sueltas y veladas– evita cualquier dureza o rigidez, integrándolos perfectamente en la atmósfera nebulosa del conjunto. La composición está equilibrada entre la precisión en los barcos y la sugestión vaporosa del fondo, lo que proporciona al espectador una experiencia visual doble: la contundencia del objeto cercano y la evocación de un mundo más amplio que se adivina a lo lejos. En conjunto, este cuadro nos invita a detenernos frente a una escena de aparente simplicidad pero cargada de profundidad visual y emocional. La atmósfera portuaria, la delicadeza de los matices y la sensación de quietud suspendida crean una imagen que evoca el paso del tiempo, la espera, el trabajo silente y la belleza que puede hallarse en lo cotidiano cuando se observa con una mirada atenta y sensible.