Pictura Subastas presenta esta magnífica obra de arte perteneciente a Lluís Galí, que representa la quietud y belleza de la vida rural en un entorno montañoso, donde el tiempo parece fluir al ritmo natural del paisaje y las costumbres. La pintura destaca por su excelente técnica y la gran calidad pictórica que transmite. · Dimensiones con marco: 54,5x62,5x5 cm. · Dimensiones sin marco: 36,5x45 cm. · Óleo sobre tela firmado a mano por el artista en la parte inferior derecha, Ll. Galí. · La pieza se encuentra en perfecto estado de conservación. · La obra se vende con precioso marco (incluido en la subasta como regalo). La obra procede de una exclusiva colección privada en Girona. Nota importante: las fotografías incluidas forman parte integral de la descripción del lote. El cuadro será embalado de manera profesional por un experto de IVEX (https://www.instagram.com/ivex.online/), utilizando materiales de alta calidad para garantizar su protección. El precio del envío cubre tanto el coste del embalaje profesional como el propio transporte. El envío se realizará por Correos, GLS o NACEX con seguimiento. Envíos disponibles a nivel internacional. ------------------------------------------------------------------ Este cuadro retrata con una calidez envolvente una escena cotidiana y serena de un pueblo de montaña, bañado por la luz suave del día, en una composición que parece invitar al silencio y al paseo pausado. La plaza, amplia y empedrada, se extiende en una perspectiva que dirige la mirada hacia el fondo, donde se alza una iglesia con su campanario de tejado rojizo, símbolo del corazón espiritual y social del pueblo. A los lados, las casas tradicionales se suceden con armonía, cada una con su propio carácter, pero todas compartiendo una misma historia, una misma arquitectura y un mismo respeto por el entorno natural. Las fachadas de las casas del lado derecho, iluminadas por la luz del sol, destacan con fuerza por sus balcones de madera adornados con flores. Las jardineras rebosan de geranios rojos, rosas y naranjas, mientras otras presentan verdes más profundos, como si cada vecino hubiera querido aportar su pincelada de vida a la escena. Algunas balconadas muestran ristras de maíz colgadas a secar, signo de la conexión con la tierra, con el trabajo agrícola y con una forma de vida que todavía respira tradición. Las contraventanas están abiertas en algunas viviendas, dejando adivinar la presencia íntima de lo doméstico, mientras otras permanecen cerradas, como protegiendo el silencio del mediodía. Al fondo, enmarcando el horizonte, se elevan majestuosas las montañas, cubiertas de un verde profundo que poco a poco se disuelve en tonos azulados y lilas hacia las cumbres. Las sombras que proyectan las nubes sobre las laderas añaden volumen y profundidad a la escena, y sugieren el constante diálogo entre el pueblo y su entorno natural. La montaña no es un telón de fondo, sino un personaje más, imponente y protector, que da identidad al lugar y parece envolverlo con su calma ancestral. La plaza misma está casi desierta, salvo por algunos objetos que sugieren actividad reciente: unas piedras dispersas, una sombra alargada que se proyecta como una mancha tranquila sobre el suelo, una posible carreta aparcada cerca de la iglesia. No hay figuras humanas presentes, pero la escena rebosa humanidad; se siente la vida en los detalles, en la luz que cae sobre los balcones, en la pulcritud del suelo, en la organización del espacio. Todo habla de un pueblo vivo, pero sin estridencias, un lugar donde el tiempo se mueve a otro ritmo, más cercano al del sol y las estaciones que al de la prisa moderna. En conjunto, el cuadro ofrece una visión profundamente armoniosa y nostálgica de un pueblo en comunión con su paisaje, donde la arquitectura, la naturaleza y la vida cotidiana se entrelazan en una imagen de equilibrio y belleza atemporal.