Historia

Cómo nos creímos la mentira de la blancura de las esculturas clásicas

Escrito por Tom | 24 de junio de 2020


Las grandes estatuas de figuras antiguas, cinceladas en mármol con una perfección elegante y buenas proporciones, han sido durante mucho tiempo la imagen que asociamos con la escultura clásica. Estas estatuas también suelen ser blancas, pero la historia, al menos la que hemos empezado a descubrir poco a poco, nos dice que las antiguas estatuas de mármol irradiaban color. El experto en arte antiguo y arqueología Peter Reynaers se ha sentado con nosotros para contarnos cómo la naturaleza y los prejuicios han blanqueado la escultura clásica


Cuando Pompeya aún estaba en pie, había una tienda de pinturas que se dice que albergaba 29 pigmentos de color. La erupción del Monte Vesubio destruiría finalmente esta tienda, pero el libro sobreviviente de Plinio el Viejo Historia Natural se erige como un recordatorio de su existencia y de la presencia de arte policromo en la Antigua Roma. ‘A los antiguos les gustaba el color, y no únicamente en las estatuas’, dice Peter con entusiasmo. ‘En nuestra época no se ve ninguno de esos colores, pero la tecnología moderna nos ha permitido ver la pintura residual de estatuas y templos, y demostrar que en la Antigüedad todo era en realidad de vivos colores’. 


La vida en Technicolor


En las Antiguas Grecia y Roma los colores se formaban a partir de extractos minerales mezclados con cera de abeja o yema de huevo, y las estatuas de mármol se pintaban de vivos tonos primarios, alejados de la paleta austera que hemos asociado durante mucho tiempo con el arte antiguo. Ciertos frescos del siglo I e. c. retrataron guerreros bronceados luciendo atuendos coloridos y los historiadores han descubierto que a los griegos realmente no les gustaban las esculturas sin colores, pues las consideraban feas. 


Las esculturas, como la de Afrodita de la foto, habrían sido de colores para representar plenamente las deidades como seres vivientes


Si bien había motivos estéticos para utilizar el color, fueron las razones espirituales las que adquirieron un mayor peso, dice Peter. ‘Significaba mucho para los antiguos que las estatuas tuvieran color, ya que una estatua de un dios o diosa era el "recipiente" en la tierra para el espíritu de ese ser divino, por lo que tenía que representarlos fielmente como seres vivientes. El color de estas esculturas era a menudo tan evocador que suscitaba una serie de respuestas variables en quienes se encontraban con ellas.


‘Piensa en la estatua de la Afrodita (Venus) de Cnido hecha por Praxíteles. Hizo que la estatua fuera policromada por un famoso pintor que había inventado una nueva técnica para “dar vida” a la estatua. Era tan bella y realista que excitaba sexualmente a los hombres, tal como demuestra la costumbre de jóvenes que irrumpían en el templo por la noche para intentar copular con la estatua’. ¿Cuándo se volvió todo tan blanco?


Un error natural


Una de las principales fuerzas que impulsaron la eliminación del color fue el propio paso del tiempo. 'Muchas estatuas eran hallazgos arqueológicos. Después de permanecer mucho tiempo bajo tierra, además de estar sujetas a procesos como la oxidación, la pintura de sus superficies se quitó por completo', explica Peter. 'Como consecuencia, estas estatuas se encontraron sin sus colores, y muchos artistas que buscaban emular el estilo del arte antiguo, las copiaron así. Se empezó en el período renacentista y a partir del siglo XVI aumentó el consenso entre los coleccionistas de que las estatuas estaban destinadas a no tener color. Incluso en los museos, las pequeñas manchas de pintura se limpiaban porque los conservadores creían que eran "suciedad" y no restos de pintura que habían quedado en el mármol'.



Compara las dos estatuas de Augusto de Prima Porta, una recreación a tamaño real de César Augusto, el primer emperador del Imperio romano


Cuando surgió el arte renacentista, también se empezó a reescribir la propia noción de refinamiento artístico. El colorido arte de la Edad Media se veía como indigno e involuntario, mientras que, por el contrario, la blancura se consideró como indicador de arte de alta calidad e intelectualismo. Incluso artistas valorados y consolidados como Leonardo da Vinci estaban en contra del uso del color en las esculturas, creyendo que la escultura debía centrarse en la artesanía del cincelado y el perfeccionamiento de la forma humana (parte de un debate más amplio conocido como paragone).


Poder y prejuicios


No obstante, es aquí donde entró en juego una fuerza más malévola. Avanzamos rápido hasta el siglo XVIII, cuando el ‘ideal clásico’ era sinónimo de blancura. El arte siempre ha sido víctima de la subjetividad y las influencias, y en los años 1700 tuvo lugar la publicación de un libro que continuaría perpetuando el mito de la blancura, mezclado con una buena dosis de racismo biológico. 


Johann Joachim Winckelmann fue un conocido historiador del arte alemán y en 1764 publicó su ahora obra seminal de la literatura europea, Historia del Arte Antiguo. Fue en esta obra que Winckelmann no solo ignoraba la evidencia de las esculturas de colores, sino que la rechazaba rotundamente. Afirmaba que ‘el color contribuye a la belleza, pero no es belleza’, junto con la sugerencia de que ‘cuanto más blanco es el cuerpo, más bello es’. 



Winckelmann consideraba que la blancura era la medida de la belleza e ignoró la evidencia de que el arte antiguo inicialmente era de colores


Aquí empezó una de las narrativas más insidiosas del arte clásico. La escultura a menudo representa la forma humana y el color llegó a ser visto como algo reductivo y frívolo. Cuando Hitler adoptó la escultura clásica como la forma de arte más pura y aceptable, se confirmó aún más lo problemática que se había vuelto la eliminación del color en la escultura. La ausencia de color ya no era solamente cuestión del deterioro en el arte debido al paso tiempo; se había convertido en un intento consciente de demostrar que nunca había existido. 


Recoloreando el mundo antiguo


Si bien estos puntos de vista permanecieron en el siglo XX, la verdad se ha ido desenterrando desde entonces. Aunque figuras como Hitler, y posiblemente Winckelmann, instrumentalizaron la escultura clásica dentro de su arsenal de racismo biológico, los eruditos coinciden en que a los antiguos no les preocupaban estas cuestiones, al menos no en comparación con la sociedad actual. De hecho, se decía que a los romanos les interesaban profundamente las personas de color (en concreto los antiguos etíopes) y los escultores de la época intentaban representar diferentes tonos de piel. 


La tecnología moderna, como la impresión en 3D, está permitiendo que el mundo antiguo recupere el color. Y es algo importante para la precisión histórica en una serie de niveles. Si bien gran parte de la historia consiste en entender cómo vivía la gente en una época, la escultura clásica ofrece una visión sobre exactamente quién vivía entonces. La omnipresencia de estatuas blancas es problemática porque establece falsas premisas en torno a lo que los antiguos consideraban bello y fomenta la creencia de que el ideal con el que se debe comparar la belleza es siempre la blancura. 



La cabeza Treu del siglo II e. c. se encontró en los años 1880 con varios restos de color


Tal como señala Sarah Bond en su artículo 'Whitewashing Ancient Statues: Whiteness, Racism And Color In The Ancient World', el hecho de que los museos exhiban continuamente esculturas sin pintar sesga las impresiones que tiene la gente sobre la cultura antigua. Por supuesto, gran parte del arte del Renacimiento en adelante era en blanco, pero es importante representar las esculturas que en su momento fueron de colores en su forma completa en Technicolor. De otro modo, únicamente vemos color y personas de color en la cerámica antigua y en el arte tribal, que a menudo afianza involuntariamente las opiniones profundamente arraigadas de la barbarie y representa erróneamente a grandes colectivos. 


La región mediterránea y su gente eran un tapiz de colores. El arte antiguo, en última instancia, debería ser lo mismo. 


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