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Daniel Sabater y Salabert (1888-1951) - Del país que no hay guerras
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12 tygodni temu

Daniel Sabater y Salabert (1888-1951) - Del país que no hay guerras

Firmado por el artista en la parte inferior, fechado del año 1933 y titulado "Del País que no hay guerras" Buen estado de conservación Se presenta enmarcada la pintura (leves signos de uso en la enmarcación) Medidas obra: 58 cm altura x 50 cm ancho Medidas marco: 65 cm altura x 57 cm ancho ::::::::::::::::::::::::::::::::::::::: BIOGRAFIA DEL ARTISTA Nació en Valencia el 13 de diciembre de 1888. A los ocho años empezó a manifestar su inclinación por el dibujo. Poco estudioso, dejo la escuela para entrar a trabajar en casa de un pintor de abanicos y después en una fábrica. En 1904 se fue a Madrid, para subsistir pintaba abanicos por encargo de casas comerciales, especialmente de temas militares. Su primer encargo importante fue un lienzo de 1,50 por 2 metros, destinado al Asilo de Santa Cristina de la Moncloa con el tema ‹‹seis tristes viejos agrupados alrededor de un árbol desnudo››, solicitado por su director Alberto Aguilera. Este cuadro fue expuesto en la Nacional de 1910. En 1912 se traslada a París y pinta para las Hermanas de San Vicente de Paul, gran cantidad de retratos de la Venerable Madre y de San Vicente, que expedían para sus Misiones de China. Luego recibió una pequeña pensión y volvió a Madrid donde pasó la primera Guerra Mundial, pintando para anticuarios miniaturas, que los expertos y marchantes atribuyeron a maestros del siglo XVIII. Posteriormente, en Barcelona realizó una exposición de retratos al pastel que llamó poderosamente la atención de la crítica, la cual llegó a compararle con retratistas eminentes, entre los que se cita a Béjar. En este período, una inquieta excitación pictórica se apoderó de él, ocasionando un profundo cambio en su temática y en su técnica. Su paleta hasta entonces clara y brillante de color, queda reducida en su gama a ocres y negro El mundo se le presenta distinto al contemplarlo con nuevas perspectivas: hombres con todos sus defectos, sentimientos confusos y, la injusticia reinante con lo que ésta tiene de bajeza y de locura. Siente una gran predilección por pintar Cristos, Magdalenas, monstruos, brujas y escenas macabras, en las que ponía el máximo horror. Cada mañana iba al hospital de San Pablo a utilizar como modelos los cadáveres de ahogados, ahorcados y muertos de hambre, estudiando en sucesivos lienzos el proceso de su descomposición. Esta exaltación, que le duro muchos meses, acabó con una exposición de estas obras. La crítica barcelonesa, salvo alguna que otra comprensiva excepción, proclamó el horror que estos temas le causaban, señalándolo como “el pintor de las brujas”, pseudónimo con el que más tarde se haría famoso en el mundo. Este desengaño motivó su éxodo marítimo, que quedaría coronado con grandes triunfos y una cuantiosa producción repartida entre los más importantes museos y colecciones particulares de la geografía americana. Nueva York guarda dos de sus obras en la Hispanic-Society of América. En Cuba, en el Museo Nacional de la Habana poseen dos lienzos, en una Galería se encuentran: “Cabeza de Cristo”, “Todos seremos iguales”, “La Verdad” y “La vida y sus espinas”. Méjico es depositario asimismo de muchas de sus producciones, tanto en la capital como en la mayoría de sus importantes ciudades; al igual que en Brasil y en Uruguay. Regresa a España en 1923 y se instala en Salamanca, período en el que efectúa un gran número de Santa Teresas. En 1928 vuelve a París, donde permanecerá largas temporadas y en el que realizará la mayor parte de sus producciones. Su gran capacidad y prodigiosa feracidad creadora, han permitido que su obra se pueda extender también por Europa e introducirse en las mejores colecciones y museos, como los de Holanda, Bélgica, Alemania, Suecia y España. El ciclo de su agitada vida se cerró el 27 de septiembre de 1951 en Barcelona, legando a la humanidad junto a su arte, un mensaje unas veces irónico otras veces apocalíptico; pero siempre con sugerencias para que impere la reflexión.

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Daniel Sabater y Salabert (1888-1951) - Del país que no hay guerras

Firmado por el artista en la parte inferior, fechado del año 1933 y titulado "Del País que no hay guerras"

Buen estado de conservación

Se presenta enmarcada la pintura (leves signos de uso en la enmarcación)

Medidas obra: 58 cm altura x 50 cm ancho

Medidas marco: 65 cm altura x 57 cm ancho

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BIOGRAFIA DEL ARTISTA

Nació en Valencia el 13 de diciembre de 1888. A los ocho años empezó a manifestar su inclinación por el dibujo. Poco estudioso, dejo la escuela para entrar a trabajar en casa de un pintor de abanicos y después en una fábrica.

En 1904 se fue a Madrid, para subsistir pintaba abanicos por encargo de casas comerciales, especialmente de temas militares. Su primer encargo importante fue un lienzo de 1,50 por 2 metros, destinado al Asilo de Santa Cristina de la Moncloa con el tema ‹‹seis tristes viejos agrupados alrededor de un árbol desnudo››, solicitado por su director Alberto Aguilera. Este cuadro fue expuesto en la Nacional de 1910.

En 1912 se traslada a París y pinta para las Hermanas de San Vicente de Paul, gran cantidad de retratos de la Venerable Madre y de San Vicente, que expedían para sus Misiones de China. Luego recibió una pequeña pensión y volvió a Madrid donde pasó la primera Guerra Mundial, pintando para anticuarios miniaturas, que los expertos y marchantes atribuyeron a maestros del siglo XVIII.

Posteriormente, en Barcelona realizó una exposición de retratos al pastel que llamó poderosamente la atención de la crítica, la cual llegó a compararle con retratistas eminentes, entre los que se cita a Béjar.

En este período, una inquieta excitación pictórica se apoderó de él, ocasionando un profundo cambio en su temática y en su técnica. Su paleta hasta entonces clara y brillante de color, queda reducida en su gama a ocres y negro

El mundo se le presenta distinto al contemplarlo con nuevas perspectivas: hombres con todos sus defectos, sentimientos confusos y, la injusticia reinante con lo que ésta tiene de bajeza y de locura. Siente una gran predilección por pintar Cristos, Magdalenas, monstruos, brujas y escenas macabras, en las que ponía el máximo horror. Cada mañana iba al hospital de San Pablo a utilizar como modelos los cadáveres de ahogados, ahorcados y muertos de hambre, estudiando en sucesivos lienzos el proceso de su descomposición.

Esta exaltación, que le duro muchos meses, acabó con una exposición de estas obras. La crítica barcelonesa, salvo alguna que otra comprensiva excepción, proclamó el horror que estos temas le causaban, señalándolo como “el pintor de las brujas”, pseudónimo con el que más tarde se haría famoso en el mundo.

Este desengaño motivó su éxodo marítimo, que quedaría coronado con grandes triunfos y una cuantiosa producción repartida entre los más importantes museos y colecciones particulares de la geografía americana.

Nueva York guarda dos de sus obras en la Hispanic-Society of América. En Cuba, en el Museo Nacional de la Habana poseen dos lienzos, en una Galería se encuentran: “Cabeza de Cristo”, “Todos seremos iguales”, “La Verdad” y “La vida y sus espinas”. Méjico es depositario asimismo de muchas de sus producciones, tanto en la capital como en la mayoría de sus importantes ciudades; al igual que en Brasil y en Uruguay.

Regresa a España en 1923 y se instala en Salamanca, período en el que efectúa un gran número de Santa Teresas.

En 1928 vuelve a París, donde permanecerá largas temporadas y en el que realizará la mayor parte de sus producciones.

Su gran capacidad y prodigiosa feracidad creadora, han permitido que su obra se pueda extender también por Europa e introducirse en las mejores colecciones y museos, como los de Holanda, Bélgica, Alemania, Suecia y España.

El ciclo de su agitada vida se cerró el 27 de septiembre de 1951 en Barcelona, legando a la humanidad junto a su arte, un mensaje unas veces irónico otras veces apocalíptico; pero siempre con sugerencias para que impere la reflexión.

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