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Rafael Salvá Balaguer (1904- ?) - Paisaje con ermita
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Rafael Salvá Balaguer (1904- ?) - Paisaje con ermita

Firmado por el artista en la parte inferior Estado de conservación bueno La obra se presenta sin enmarcar Medidas obra: 92 cm altura x 73 cm ancho. Rafael Salvá Balaguer se declaraba así en 1970. Pintor de un paisajismo geográfico, de percepción directa, atento a los ciclos más colorísticos de la natualeza para mejor hacer vibrar su paleta de pintor de "plein air". Cuando él aún no podía tomar conciencia de ello, iba desarrollándose su vocación en aquellos tempranos días de su Mallorca de principios de siglo, en la que nació el último día de abril de 1904. Aquella isla de esplendorosa luz mediterránea, plenamente arraigada en unos modos de vida tradicionales, que comenzaba a dar síntomas de mejora económica con su incipiente industria del calzado. Desde muy niño, Rafael había mostrado una buena predisposición a captar imágenes, de tal forma que su mejor distracción era tener por compañeros un lápiz y un papel con los que jugar a crear. Aún hoy(1984) recuerda los muebles, rincones y objetos apreciados de su casa que eran dibujados por su mano infantil buscando en todo momento visiones y perspectivas distintas que le ejercitaban en la comprensión de los temas, cuyo vaivén le servía como él mismo explica "para no perder el trazo del dibujo". Con su familia se trasladaría posteriormente a la ciudad vallesana de Sabadell, donde conocería una realidad muy distinta. La de un núcleo industrializado, en el que a través de su paso por la Escuela Industrial de Artes y Oficios, entraría en contacto con el afán colectivo por la pintura y el aprendizaje del paisaje. Allí recibe, a partir de 1925, sus primeros conocimientos encauzados de pintura, principalmente en las clases impartidas por Joan Vila Cinca y Joan Vilatobá. Al poco tiempo, y como resultado de que sus obras parecían cada vez mejor construidas, obtiene una Beca del Ayuntamiento sabadellense que le permitió trasladarse de nuevo por un tiempo a la isla de Mallorca. De la fusión entre sentimiento y preparación artística, puede decirse que en esta nueva estancia en su lugar natal surge el Rafael Salvá pintor. Él mismo cuenta que las pinturas del caserío de La Calobra y del Torrente de Pareys, realizadas en plena naturaleza, nacen con una calma apta para toda reflexión, ante un Mediterráneo riquísimo en colores y sutilezas, no menos estimulada por sus contactos con el pintor alemán Erwin Huber, también con Anglada Camarasa y Mir. Todo ello -dijo- le animaba a "hacer cuadros de un cierto valor, ya que me sentía capacitado para introducirme en un ambiente técnico que desde entonces dominaba... Quería que mi pintura diera a conocer todo tipo de naturaleza con todas sus intensidades". De regreso a Cataluña se había encendido, pues, en él la mecha de la pintura de paisajes con nombre y temporada. Desde 1929, fecha de su primera exposición en la academia de Bellas Artes de Sabadell, hasta 1936 en la Sala Barcino del céntrico Paseo de Gracia de la ciudad condal, su obra pudo seguirse con gran regularidad en Sabadell y Barcelona donde la prensa elogia en 1932 de su obra. Los críticos hacen múltiples consideraciones de sus paisajes, esta vez reunidos los del Vallés y de Mallorca. Para unos "aparecen apuntados rápidamente con franca y amplia pincelada rebosante de color", para otros puede verse "la influencia de Mir, sobre todo de su primera época, opinión ésta que viene a corroborar la concreta evolución de Rafael Salvá dentro de esta línea paisajística autóctona del arte catalán, impregnada de un fantasioso colorismo. En 1933 Salvá participa en la exposición de Primavera barcelonesa sobre pinturas de paisaje, junto con los que habían sido sus profesores y otros destacados representantes de este género como Bosch i Cañáis, Joan Colom, Meifrén, Olivé Font, Vila Puig, Vilatobá, Mir ... Y su obra llega hasta Madrid en 1935. En Barcelona, la resonancia que va alcanzando es cada vez más considerable. Los periódicos Diario de Barcelona, La Publicidad, La Noche, Diari de Sabadell, El Noticiero,... dedican espacios a la obra del mallorquín valorándola por sus gamas limpias de azules y morados, por su esplendente color y por conseguir unos conjuntos cada vez más equilibrados. Un insigne catalán, Pau Casáis, visita su muestra en Sala Barcino y le escribe autógrafamente "he visitat la seva exposició en quins quadres he admirat la seva exquisita sensibilitat en les harmonios de la llum". Y Alfredo Opisso le retrata en un dibujo cuando expone en Sabadell. Sus propósitos estéticos van consolidándose dentro de un decidido colorismo, aplicado a asimilar y expresar su vivencia de la Naturaleza con la mayor emoción y frescor posibles. Sus cuadros son de una limpieza atmosférica que consigue con "gamas de tostados, azulados, oliváceos y grises en clave de do...", con los que fija esos momentos del día en que la luz se nos presenta más misteriosa. La Guerra Civil corta de raíz su ascendente progresión y, si bien en los años 40 expone en las Galerías Syra, no será hasta finales de los años 60 cuando Rafael Salvá reinicia su andadura plástica. La Pinacoteca muestra entonces paisajes del Pre-Pirineo catalán, Sant Genis dels Agudells, Montseny y Valles. Ángel Marsá le recibirá con esta efusiva acogida "logra efectos cromáticos de poderosas resonancias, azules intensos, verdes fulgurantes, bermellones ígneos y sienas calientes, en una sinfonía lumínica de arriesgados y difíciles contrastes siempre, sin embargo, sabiamente acordado. Una buena exposición de este dotadísimo pintor ausente muchos años de nuestras galerías de arte” Desde entonces, su reincorporación al mundo artístico ya no tuvo descanso. Sus recorridos por Breda, Hostalric, Camprodón, Sant Lloren? de Morunys, Alt Berguedá, Pedraforca (su "Contrallum de Pedraforca" fue adquirido por el Museo de Arte Moderno de Barcelona), le suscitarán, uno tras otro, nuevas emociones paisajísticas en las que explorar las posibilida-des narrativas de su "pincelada opulenta y fluida", "de unas bien acordadas gamas", y "fineza de ejecución". Hasta que los tonos se tornaran más profundos y recortados, en una opulencia y exhuberancia cromáticas de fuertes efectos visuales, fruto de esa búsqueda incansable que le hace manifestar "en Arte la perfección completa no termina nunca", pero "mientras la Naturaleza sea espejo del sentir humano, el Arte prevalecerá". https://www.ivlia.org/salva-balaguer-rafael.html#obras

编号 83754071

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Rafael Salvá Balaguer (1904- ?) - Paisaje con ermita

Rafael Salvá Balaguer (1904- ?) - Paisaje con ermita

Firmado por el artista en la parte inferior

Estado de conservación bueno

La obra se presenta sin enmarcar

Medidas obra: 92 cm altura x 73 cm ancho.

Rafael Salvá Balaguer se declaraba así en 1970. Pintor de un paisajismo geográfico, de percepción directa, atento a los ciclos más colorísticos de la natualeza para mejor hacer vibrar su paleta de pintor de "plein air".

Cuando él aún no podía tomar conciencia de ello, iba desarrollándose su vocación en aquellos tempranos días de su Mallorca de principios de siglo, en la que nació el último día de abril de 1904. Aquella isla de esplendorosa luz mediterránea, plenamente arraigada en unos modos de vida tradicionales, que comenzaba a dar síntomas de mejora económica con su incipiente industria del calzado.

Desde muy niño, Rafael había mostrado una buena predisposición a captar imágenes, de tal forma que su mejor distracción era tener por compañeros un lápiz y un papel con los que jugar a crear. Aún hoy(1984) recuerda los muebles, rincones y objetos apreciados de su casa que eran dibujados por su mano infantil buscando en todo momento visiones y perspectivas distintas que le ejercitaban en la comprensión de los temas, cuyo vaivén le servía como él mismo explica "para no perder el trazo del dibujo".
Con su familia se trasladaría posteriormente a la ciudad vallesana de Sabadell, donde conocería una realidad muy distinta. La de un núcleo industrializado, en el que a través de su paso por la Escuela Industrial de Artes y Oficios, entraría en contacto con el afán colectivo por la pintura y el aprendizaje del paisaje.

Allí recibe, a partir de 1925, sus primeros conocimientos encauzados de pintura, principalmente en las clases impartidas por Joan Vila Cinca y Joan Vilatobá. Al poco tiempo, y como resultado de que sus obras parecían cada vez mejor construidas, obtiene una Beca del Ayuntamiento sabadellense que le permitió trasladarse de nuevo por un tiempo a la isla de Mallorca.

De la fusión entre sentimiento y preparación artística, puede decirse que en esta nueva estancia en su lugar natal surge el Rafael Salvá pintor. Él mismo cuenta que las pinturas del caserío de La Calobra y del Torrente de Pareys, realizadas en plena naturaleza, nacen con una calma apta para toda reflexión, ante un Mediterráneo riquísimo en colores y sutilezas, no menos estimulada por sus contactos con el pintor alemán Erwin Huber, también con Anglada Camarasa y Mir. Todo ello -dijo- le animaba a "hacer cuadros de un cierto valor, ya que me sentía capacitado para introducirme en un ambiente técnico que desde entonces dominaba... Quería que mi pintura diera a conocer todo tipo de naturaleza con todas sus intensidades".

De regreso a Cataluña se había encendido, pues, en él la mecha de la pintura de paisajes con nombre y temporada.

Desde 1929, fecha de su primera exposición en la academia de Bellas Artes de Sabadell, hasta 1936 en la Sala Barcino del céntrico Paseo de Gracia de la ciudad condal, su obra pudo seguirse con gran regularidad en Sabadell y Barcelona donde la prensa elogia en 1932 de su obra. Los críticos hacen múltiples consideraciones de sus paisajes, esta vez reunidos los del Vallés y de Mallorca. Para unos "aparecen apuntados rápidamente con franca y amplia pincelada rebosante de color", para otros puede verse "la influencia de Mir, sobre todo de su primera época, opinión ésta que viene a corroborar la concreta evolución de Rafael Salvá dentro de esta línea paisajística autóctona del arte catalán, impregnada de un fantasioso colorismo.

En 1933 Salvá participa en la exposición de Primavera barcelonesa sobre pinturas de paisaje, junto con los que habían sido sus profesores y otros destacados representantes de este género como Bosch i Cañáis, Joan Colom, Meifrén, Olivé Font, Vila Puig, Vilatobá, Mir ... Y su obra llega hasta Madrid en 1935. En Barcelona, la resonancia que va alcanzando es cada vez más considerable. Los periódicos Diario de Barcelona, La Publicidad, La Noche, Diari de Sabadell, El Noticiero,... dedican espacios a la obra del mallorquín valorándola por sus gamas limpias de azules y morados, por su esplendente color y por conseguir unos conjuntos cada vez más equilibrados. Un insigne catalán, Pau Casáis, visita su muestra en Sala Barcino y le escribe autógrafamente "he visitat la seva exposició en quins quadres he admirat la seva exquisita sensibilitat en les harmonios de la llum". Y Alfredo Opisso le retrata en un dibujo cuando expone en Sabadell.

Sus propósitos estéticos van consolidándose dentro de un decidido colorismo, aplicado a asimilar y expresar su vivencia de la Naturaleza con la mayor emoción y frescor posibles. Sus cuadros son de una limpieza atmosférica que consigue con "gamas de tostados, azulados, oliváceos y grises en clave de do...", con los que fija esos momentos del día en que la luz se nos presenta más misteriosa.

La Guerra Civil corta de raíz su ascendente progresión y, si bien en los años 40 expone en las Galerías Syra, no será hasta finales de los años 60 cuando Rafael Salvá reinicia su andadura plástica. La Pinacoteca muestra entonces paisajes del Pre-Pirineo catalán, Sant Genis dels Agudells, Montseny y Valles. Ángel Marsá le recibirá con esta efusiva acogida "logra efectos cromáticos de poderosas resonancias, azules intensos, verdes fulgurantes, bermellones ígneos y sienas calientes, en una sinfonía lumínica de arriesgados y difíciles contrastes siempre, sin embargo, sabiamente acordado. Una buena exposición de este dotadísimo pintor ausente muchos años de nuestras galerías de arte”

Desde entonces, su reincorporación al mundo artístico ya no tuvo descanso. Sus recorridos por Breda, Hostalric, Camprodón, Sant Lloren? de Morunys, Alt Berguedá, Pedraforca (su "Contrallum de Pedraforca" fue adquirido por el Museo de Arte Moderno de Barcelona), le suscitarán, uno tras otro, nuevas emociones paisajísticas en las que explorar las posibilida-des narrativas de su "pincelada opulenta y fluida", "de unas bien acordadas gamas", y "fineza de ejecución". Hasta que los tonos se tornaran más profundos y recortados, en una opulencia y exhuberancia cromáticas de fuertes efectos visuales, fruto de esa búsqueda incansable que le hace manifestar "en Arte la perfección completa no termina nunca", pero "mientras la Naturaleza sea espejo del sentir humano, el Arte prevalecerá".

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