Diente de Megalodon de Fossil – Mioceno – Plioceno (aproximadamente 23 a 3.6 millones de años atrás) Dente - Gigantic Prehistoric Shark Otodus - Altura: 100 mm - Ancho: 90 mm- 121 g






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Descripción del vendedor
Un diente que parece llevar aún la respiración del océano antiguo. Este ejemplar de Otodus Megalodon, proveniente de los sedimentos costeros de North Carolina, se distingue por su intensa coloración bruno-ramada, resultado de una larga mineralización en ambientes ricos en óxidos de hierro y manganeso. La raíz, amplia y rugosa como la superficie de una roca volcánica, cuenta millones de años de permanencia en el subsuelo marino; la corona, en cambio, es brillante y compacta, atravesada por vetas claras y oscuras que se alternan como mareas fosilizadas. Durante el Miocene y el Pliocene, entre 6 y 3 millones de años atrás, estos dientes armaban la boca del más grande tiburón que haya existido, capaz de alcanzar hasta 18 metros y ejercer una fuerza de mordida comparable a la de un tiranosaurio. Cada diente formaba parte de un sistema complejo de más de doscientos cincuenta elementos, dispuestos en filas que se renovaban continuamente: un mecanismo evolutivo perfecto, símbolo del equilibrio entre ferocidad y adaptación. En este fósil conviven materia y memoria. El color de la raíz revela la presencia de minerales que preservaron su forma, mientras que el esmalte, aún brillante, conserva la huella exacta de la naturaleza depredadora de su antiguo propietario. Hoy, este diente no es solo un hallazgo científico, sino una reliquia del poder del tiempo, un fragmento de océano petrificado que une geología, biología y arte natural. Cada detalle — el brillo de la punta, las microfisuras de la raíz, las marcas de desgaste en los bordes — testimonian la transición del reino de la vida al de la piedra, del mar al silencio.
El vendedor y su historia
Un diente que parece llevar aún la respiración del océano antiguo. Este ejemplar de Otodus Megalodon, proveniente de los sedimentos costeros de North Carolina, se distingue por su intensa coloración bruno-ramada, resultado de una larga mineralización en ambientes ricos en óxidos de hierro y manganeso. La raíz, amplia y rugosa como la superficie de una roca volcánica, cuenta millones de años de permanencia en el subsuelo marino; la corona, en cambio, es brillante y compacta, atravesada por vetas claras y oscuras que se alternan como mareas fosilizadas. Durante el Miocene y el Pliocene, entre 6 y 3 millones de años atrás, estos dientes armaban la boca del más grande tiburón que haya existido, capaz de alcanzar hasta 18 metros y ejercer una fuerza de mordida comparable a la de un tiranosaurio. Cada diente formaba parte de un sistema complejo de más de doscientos cincuenta elementos, dispuestos en filas que se renovaban continuamente: un mecanismo evolutivo perfecto, símbolo del equilibrio entre ferocidad y adaptación. En este fósil conviven materia y memoria. El color de la raíz revela la presencia de minerales que preservaron su forma, mientras que el esmalte, aún brillante, conserva la huella exacta de la naturaleza depredadora de su antiguo propietario. Hoy, este diente no es solo un hallazgo científico, sino una reliquia del poder del tiempo, un fragmento de océano petrificado que une geología, biología y arte natural. Cada detalle — el brillo de la punta, las microfisuras de la raíz, las marcas de desgaste en los bordes — testimonian la transición del reino de la vida al de la piedra, del mar al silencio.
