Gyl (XX) - L'Oracle des Sables d'Or

Sobre la obra

El Oráculo de los Arenales de Oro

Ella reposa como un espejismo vivo, nacida de las corrientes cálidas que atraviesan las antiguas rutas del Oriente.
Su velo rojo y oro parece estar tejido de luz, como si cada hilo hubiera sido sumergido en una puesta de sol sobre las dunas.
La cofia que lleva — esas piezas plateadas, esas gemas discretas — susurra aún las historias de las caravanas lejanas, de los mercados perfumados donde los narradores despertaban las noches.
Su mirada profunda, bordeada de sombra y calor, es una puerta abierta a las historias que alberga.
Se dice que ella escuchaba el susurro de los oasis desaparecidos, que conocía el nombre de los vientos, y que podía leer en los granos de arena como otros leen en el cielo.
El encaje blanco que ella enlaza, de una delicadeza casi irreal, contrasta con la riqueza de las telas y revela la pureza inmóvil de su destino.
En esta composición, Gyl celebra la poesía de los mundos orientales: un Oriente soñado, reinventado, donde la belleza se convierte en símbolo, memoria y profecía.
Ella se convierte entonces en la Oráculo de los Arenales de Oro, guardiana de un Oriente que ya no existe, salvo en la luminosa erudición del pincel.