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Ricardo Solé González (1959) - NO RESERVE - Refugio de montaña
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Ricardo Solé González (1959) - NO RESERVE - Refugio de montaña

Pictura Subastas presenta esta magnífica obra de arte perteneciente a Ricardo Solé González, que representa la armonía serena entre la arquitectura rural y la naturaleza montañosa, evocando un espacio de quietud, memoria y vínculo profundo con la tierra. La pintura destaca por su excelente técnica y la gran calidad pictórica que transmite. · Dimensiones con marco: 81x93x5 cm. · Dimensiones sin marco: 53x64 cm. · Óleo sobre tela firmado a mano por el artista en la parte inferior izquierda, Solé González. · La pieza se encuentra en buen estado de conservación. · La obra se vende con precioso marco (incluido en la subasta como regalo). La obra procede de una exclusiva colección privada en Girona. Nota importante: las fotografías incluidas forman parte integral de la descripción del lote. El cuadro será embalado de manera profesional por un experto de IVEX (https://www.instagram.com/ivex.online/), utilizando materiales de alta calidad para garantizar su protección. El precio del envío cubre tanto el coste del embalaje profesional como el propio transporte. El envío se realizará por Correos, GLS o NACEX con seguimiento. Envíos disponibles a nivel internacional. ------------------------------------------------------------------ Este cuadro nos transporta a un paisaje de montaña donde la serenidad y la armonía entre lo humano y lo natural se expresan con una delicadeza cautivadora. En el centro de la composición, ligeramente desplazadas hacia la derecha, se alzan dos construcciones rurales de piedra y tejados rojizos, integradas con absoluta naturalidad en el entorno que las rodea. Una de ellas, más grande y blanca con detalles estructurales oscuros, destaca por su forma triangular y su disposición abierta, casi como si diera la bienvenida al espectador. La otra, más modesta y recogida, se ubica justo detrás, parcialmente oculta por vegetación, y refuerza la sensación de acogida, de vida tranquila anclada en la tierra. La ladera sobre la que se asientan estas edificaciones está cubierta por un campo vibrante y silvestre, salpicado de flores, hierbas y maleza en múltiples tonos verdes, ocres, violáceos y amarillos. No es un terreno domesticado, sino vivo, lleno de matices y texturas que evocan el paso de las estaciones, el susurro del viento entre los tallos, el zumbido de los insectos. Las pinceladas sueltas y bien dirigidas dotan a esta pradera de un movimiento sutil, como si el campo respirara. No es sólo un espacio visual, sino casi táctil, real, cercano. Al fondo, un frondoso bosque se extiende por las laderas de las montañas, ocupando todo el margen izquierdo de la escena y trepando por las pendientes como una marea verde. Los árboles, bañados por la luz de un cielo claro y parcialmente nublado, muestran distintas tonalidades, desde los verdes profundos hasta los dorados otoñales, lo que sugiere una transición estacional o la presencia de distintas especies. Por encima de este manto vegetal, se elevan las montañas, majestuosas y tranquilas, que en la distancia muestran cumbres nevadas y violetas suaves que se funden con el cielo. Esta parte de la escena, más etérea y difusa, contrasta con la solidez cálida del primer plano y refuerza la sensación de profundidad y amplitud del paisaje. El cielo ocupa la parte superior del cuadro y se presenta en una gama azul pálido y blanco luminoso, con nubes algodonosas que flotan en calma. Es un cielo limpio, sin amenaza, que envuelve todo el conjunto con una luz suave y templada, probablemente de la mañana o de una tarde temprana. No hay figuras humanas, pero la escena rebosa humanidad en cada piedra, en cada teja, en cada flor silvestre que crece sin orden ni apuro. No hay dramatismo en esta imagen, sino una sensación profunda de equilibrio, de hogar, de vínculo con la tierra. Todo en esta pintura parece decirnos que hay un lugar donde el tiempo se desacelera, donde la naturaleza sigue su curso y el ser humano encuentra refugio sin necesidad de dominarla. En conjunto, este cuadro representa una visión idealizada y al mismo tiempo realista del mundo rural de montaña, donde la arquitectura tradicional y el entorno natural coexisten en armonía. Es una invitación a detenerse, respirar, mirar con calma, y recordar que hay paisajes donde aún es posible habitar la belleza en estado puro.

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· Dimensiones con marco: 81x93x5 cm.
· Dimensiones sin marco: 53x64 cm.
· Óleo sobre tela firmado a mano por el artista en la parte inferior izquierda, Solé González.
· La pieza se encuentra en buen estado de conservación.
· La obra se vende con precioso marco (incluido en la subasta como regalo).

La obra procede de una exclusiva colección privada en Girona.

Nota importante: las fotografías incluidas forman parte integral de la descripción del lote.

El cuadro será embalado de manera profesional por un experto de IVEX (https://www.instagram.com/ivex.online/), utilizando materiales de alta calidad para garantizar su protección. El precio del envío cubre tanto el coste del embalaje profesional como el propio transporte.
El envío se realizará por Correos, GLS o NACEX con seguimiento. Envíos disponibles a nivel internacional.

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Este cuadro nos transporta a un paisaje de montaña donde la serenidad y la armonía entre lo humano y lo natural se expresan con una delicadeza cautivadora. En el centro de la composición, ligeramente desplazadas hacia la derecha, se alzan dos construcciones rurales de piedra y tejados rojizos, integradas con absoluta naturalidad en el entorno que las rodea. Una de ellas, más grande y blanca con detalles estructurales oscuros, destaca por su forma triangular y su disposición abierta, casi como si diera la bienvenida al espectador. La otra, más modesta y recogida, se ubica justo detrás, parcialmente oculta por vegetación, y refuerza la sensación de acogida, de vida tranquila anclada en la tierra.
La ladera sobre la que se asientan estas edificaciones está cubierta por un campo vibrante y silvestre, salpicado de flores, hierbas y maleza en múltiples tonos verdes, ocres, violáceos y amarillos. No es un terreno domesticado, sino vivo, lleno de matices y texturas que evocan el paso de las estaciones, el susurro del viento entre los tallos, el zumbido de los insectos. Las pinceladas sueltas y bien dirigidas dotan a esta pradera de un movimiento sutil, como si el campo respirara. No es sólo un espacio visual, sino casi táctil, real, cercano.
Al fondo, un frondoso bosque se extiende por las laderas de las montañas, ocupando todo el margen izquierdo de la escena y trepando por las pendientes como una marea verde. Los árboles, bañados por la luz de un cielo claro y parcialmente nublado, muestran distintas tonalidades, desde los verdes profundos hasta los dorados otoñales, lo que sugiere una transición estacional o la presencia de distintas especies. Por encima de este manto vegetal, se elevan las montañas, majestuosas y tranquilas, que en la distancia muestran cumbres nevadas y violetas suaves que se funden con el cielo. Esta parte de la escena, más etérea y difusa, contrasta con la solidez cálida del primer plano y refuerza la sensación de profundidad y amplitud del paisaje.
El cielo ocupa la parte superior del cuadro y se presenta en una gama azul pálido y blanco luminoso, con nubes algodonosas que flotan en calma. Es un cielo limpio, sin amenaza, que envuelve todo el conjunto con una luz suave y templada, probablemente de la mañana o de una tarde temprana. No hay figuras humanas, pero la escena rebosa humanidad en cada piedra, en cada teja, en cada flor silvestre que crece sin orden ni apuro.
No hay dramatismo en esta imagen, sino una sensación profunda de equilibrio, de hogar, de vínculo con la tierra. Todo en esta pintura parece decirnos que hay un lugar donde el tiempo se desacelera, donde la naturaleza sigue su curso y el ser humano encuentra refugio sin necesidad de dominarla.
En conjunto, este cuadro representa una visión idealizada y al mismo tiempo realista del mundo rural de montaña, donde la arquitectura tradicional y el entorno natural coexisten en armonía. Es una invitación a detenerse, respirar, mirar con calma, y recordar que hay paisajes donde aún es posible habitar la belleza en estado puro.

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