Colección Fosfática
Desde que era niño, la tierra de Khouribga, con su aroma a polvo mineral y sus montañas de fosfato, fue mi primer museo. Mientras otros jugaban en las calles, yo pasaba horas caminando entre canteras y laderas, buscando pequeños tesoros escondidos bajo la superficie. No sabía exactamente qué buscaba, solo sentía que algo antiguo y misterioso me llamaba. Un día, encontré mi primer fósil. Era pequeño, apenas una espiral marcada en una roca. Lo sostuve entre mis manos como si fuera un fragmento de magia. Y lo era. Aquel objeto silencioso había vivido millones de años antes que yo, en un mundo lleno de criaturas que ya no existen. Desde ese momento, quedé atrapado para siempre por la paleontología. A medida que fui creciendo, también creció mi curiosidad. Aprendí a reconocer texturas, capas, colores, pistas ocultas en la tierra fosfatada. Descubrí que Khouribga no era solo mi hogar, sino una de las zonas fosfateras más ricas del mundo, un lugar donde cada piedra puede contar una historia de hace 70 millones de años: dientes de mosasaurios, vértebras de reptiles marinos, ammonites, escamas, fragmentos que hablan del antiguo mar que una vez cubrió Marruecos. Mientras otros veían simple roca, yo veía posibilidades: criaturas gigantes, océanos desaparecidos, épocas dominadas por reptiles que nunca imaginé que existieran. Con el tiempo empecé a coleccionar, a estudiar, a compartir lo que encontraba. Las personas comenzaron a traerme piezas para identificar, y descubrí que mi pasión podía convertirse en una forma de vida. Hoy, cuando miro atrás, veo que todo comenzó con aquel niño curioso caminando descalzo sobre el suelo fosfatado de Khouribga, recogiendo piedras como si fueran tesoros. Lo que en ese momento era un juego, ahora es mi historia, mi pasión y mi trabajo. Y cada fósil que encuentro sigue recordándome lo mismo: las piedras hablan, solo hay que saber escucharlas